Me vuelvo y
me revuelvo como
un perro rabioso.
Doy mordiscos a la luna
hasta que sangra.
Luego,
más calmado,
me pongo a mear
en silencio
sobre tu esquina.
¡Qué importa que parezcan
flores toscas de papel envejecido...!
Son hijas de tu seco dolor de
perro faraónico.
Piedras gastadas de las arenas de tu olvido.
Pellejo doliente adherido en el asfalto.
Sol y sangre amarga:
Palabras.
Pesa el día.
La vida.
La ciudad sin piedad sobre tu rostro.
Gente a ráfagas.
Mil gritos entre los
recuerdos que callan
y desesperan
y yo
solo
solo
entre tanta sombra
con tu nombre.