Contigo,
aprendí lo bello del dolor
y el dolor
infinito
de lo bello.
Camina tu recuerdo
entre el contraluz de esta mañana.
Recorre las piezas con una calma absoluta.
Me deja tu perfume de improviso.
Casi como una celada.
Y me pregunto si también
andará mi fantasma
por los cuartos vacíos de tu piel.
En el mágico país de la memoria
florece un árbol
mientras tú te alejas.
Decía
que gozaba como loca con el sexo;
pero,
le costaba entregarse.
Un vodka, dos, tres,
hasta que llegaba la risa y el deseo.
Entonces,
su vestido caía sobre el suelo
dejando
la esplendidez de su cuerpo ante
los ojos asombrados.
Luego,
se abría como flor primera y gemía
y reía
-Con cortas risitas-
y preguntaba:
¿Te gusta, mi amor...?
Y te abrazaba con sus piernas, sus brazos,
con el ardiente río de su sexo.
Y desaparecía para siempre la pieza, la cama o el sofá
y todo era una cascada de amor nunca inventado.
Placer, placer,
la agitación incontenible del orgasmo
y una chispa de tristeza que oscurecía
por un segundo su pupila.
Temía la caricia verdadera.
Arrancaba de ella
como perra herida por el palo.
Le gustaba el sexo, decía.
Pero huía, irremediablemente,
del amor.
El mar,
escribe un nombre sobre la arena húmeda.
Luego,
de un golpe,
lo borra con sus olas,
para que nadie sepa.
Nada sabías de geometría;
pero, trazaste una recta perfecta
entre tu olvido y mi mirada.
Le dije que era bella
- más que antes- ,
mentía.
Luego hicimos el amor.
Ella,
aferrada a su última esperanza.
Yo,
abrazado al amor
de mi memoria.
Ella se durmió relajada.
Yo, quedé mirando al techo.
Las lagrimas en mis ojos
hicieron borrosa
la ampolleta.
Ciego,
voy rozando las luces con mis manos.
Dibujando
océanos azules en mis ojos de sal.
Palabras y vuelos entre tanta luz
que me ahoga, porque
ciego
voy
rozando la estela
de tu nombre.
En la biblioteca de mi vida
hay un montón de días con
las páginas en blanco.
Amarillentas hojas con tu nombre
repetido hasta el cansancio.
Falso hechizo, ése.
Pues tu foto junta polvo en
mis costillas.
Recuerdo que dormías desnuda
sobre las horas de un domingo
en el que yo -peinado cuidadosamente-,
salía a caminar
mis primeros pasos de hombre
por la vida.
Que escribí estas palabras para ti
es mentira.
Las escribí porque quise.
Para tener algo que decir. Algo que escribir. Algo
que sangrar en estas horas
en que vago
libre
sin tu sombra.