I
No era una tumba
Sino cientos de días
Amontonando sus huesos amarillos
En un calendario viejo.
II
Por la piezas
De la casa deshabitada
Mi infancia
Corría despacito
Para no despertar a nadie.
A las tres de la tarde
Se acostumbraba a detener el mundo.
Se encargaban de ello
El vino blanco del almuerzo
Y el aroma a té
Que emergía entre las faldas del verano.
Después,
La abuela,
Inventaba mundos nuevos
Para contarnos.
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