I
Los viejos,
hablamos solos, con
amores imaginarios.
Corremos,
niños, otra vez,
por calles que ya no existen.
Susurramos
palabras de ensueño a la
desvida.
Nos miramos
con asombro en la vitrinas
y
preguntamos,
una y otra vez,
¿Por qué,
por qué,
por qué...?.
II
Nunca la escuché reir,
pero sus ojos lo hacían en secreto para mí.
Dejaba,
en mis muros,
su sombra pegada con ilusiones
y me decía -siempre- que se iba para
que ya la extrañara.
Tenía
una canción antigüa en su tristeza
y dos pájaros por manos
para alcanzar el cielo.
Llevaba,
también,
un rostro ajeno
para su días
venideros.
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