Decía
que gozaba como loca con el sexo;
pero,
le costaba entregarse.
Un vodka, dos, tres,
hasta que llegaba la risa y el deseo.
Entonces,
su vestido caía sobre el suelo
dejando
la esplendidez de su cuerpo ante
los ojos asombrados.
Luego,
se abría como flor primera y gemía
y reía
-Con cortas risitas-
y preguntaba:
¿Te gusta, mi amor...?
Y te abrazaba con sus piernas, sus brazos,
con el ardiente río de su sexo.
Y desaparecía para siempre la pieza, la cama o el sofá
y todo era una cascada de amor nunca inventado.
Placer, placer,
la agitación incontenible del orgasmo
y una chispa de tristeza que oscurecía
por un segundo su pupila.
Temía la caricia verdadera.
Arrancaba de ella
como perra herida por el palo.
Le gustaba el sexo, decía.
Pero huía, irremediablemente,
del amor.
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