Me descuelgo del ropero.
Ordeno los amarillentos
huesos de mi esqueleto
y trato,
inútilmente,
de dar un poco de vida a estas cuencas vacías.
Pero,
no hay caso.
El esclavo roto de si mismo
no conoce la melodía
y sólo queda
el periódico manchado del domingo
y una esperanza seca
en el dintel de la ventana.
En los vidrios sucios
-empañados como sueños de anciano-
agoniza aún
el eco de tu adiós.
.
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