I
Siempre odié a los malditos camiones de reparto.
Llegaban dando tumbos.
Vociferantes como borrachos,
Importándoles un pepino mi esbozo de relajo
Y se quedaban una eternidad
Bufueando afuera su ruidosa efervescencia.
Y
Más tarde lo peor:
Arribaban las infaltables viejas locas.
Arrastrando sus mínimas vidas tras de sí
Y yo debía sonreír,
Responder
Que todo estaba fresco,
Que
Cómo se le ocurre,
Si aquí a nadie le robamos,
Que vuelva cuando guste.
Que
Aquí estaremos
Para atenderla
Como se merece.
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