I
Saco
el cadáver momificado de Armando Uribe.
Lo limpio
con el cuidado debido a un faraón.
Luego,
cierro las cortinas gruesas de la vida
y lo deposito, recto, sobre su cama.
Quito, con esmero,
la última pelusa de su traje
y me marcho
dejándolo a oscuras.
Entonces,
él me lo agradece
con un silencio
irreprochable.
II
Crecen ramas secas de la cabeza de Armando Uribe
que él
poda con esmero cada mañana.
Luego,
sube hasta la cumbre del día
para que allí
la vida le arranque,
nuevamente, las entrañas.
III
¡Va a comenzar la novela!
El pan
se instala raudo junto al té
y sonríe la mantequilla sobre la mesa.
Se dejan de lado las tareas
y yo
hurgo por mi infancia
en el bolsón ya viejo
de mi hijo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario